Negar la evidencia es una mala actitud en cualquier ámbito en el que desarrollemos nuestras actividades. Sin embargo, la negación sistemática de la realidad, en algunos casos, revela inmadurez y poca capacidad para captar y vivir el entorno, lo que incapacita a quien se encuentra en esta situación para ejercer funciones de liderazgo. Pero si la negación se hace intencionadamente teniendo como fundamento intereses personales o de grupo se está incurriendo en una execrable acción y censurable falta de probidad .
España está atravesando una delicada situación que requiere del esfuerzo de todos para superarla. La crisis económica soportada ha sido lacerante y sus consecuencias las estamos viendo, incluso muy cerca de nosotros. Millones de personas carecen de trabajo y la mayoría de ellos de los recursos necesarios para una vida digna. Es cierto que las cifras macroeconómicas indican que la caída se ha detenido, pero esto es sólo el principio del final y es ahora cuando se necesita que el esfuerzo, principalmente de los políticos, sea unitario para dejar atrás definitivamente una etapa que ha castigado de manera muy severa especialmente las economías familiares. Lamentablemente en este capítulo la deseada colaboración entre los distintos grupos está muy lejos de producirse debido a intereses de partido y cálculos electorales.
Pero hay otra crisis, no menos importante que la económica, la crisis moral cuyos exponentes más notables son los impulsores de las malas prácticas bancarias (cláusula suelo en las hipotecas, swaps, preferentes, indemnizaciones millonarias…) y los casos de corrupción que afectan a políticos, partidos y sindicatos. Los ERE falsos y la mala utilización de los fondos para la promoción del empleo, ambos en Andalucía, constituyen los mayores y más vergonzantes escándalos de nuestra democracia, sin olvidar que hay otros casos igualmente repudiables como el Gurtel, Bárcenas, Urdangarín, itv… Estamos, pues, frente a una falta de respeto por el interés colectivo, anteponiendo salvajemente intereses personales o de grupo, ya sean empresariales o de partido, abusando y restando posibilidades a las personas que confían en sus empresas y en sus políticos. Esta situación es, desgraciadamente, el resultado lógico de un proceso que se inicio hace años hasta llegar a una institucionalizada corrupción en la que sus artífices llegaron a creerse invulnerables, intocables por la ley debido a una incomprensible protección política.
La confianza en nuestros dirigentes está bajo mínimos y se puede entender que el ciudadano no haga distinciones, aunque las hay, y juzgue a todos por el mismo rasero, lo que resulta tremendamente peligroso porque las citas electorales, además de una notable abstención, podrían ofrecer resultados engañosos. Sometidos como estamos a interesadas desinformaciones de periodistas y terminales mediáticas de partido, principalmente de izquierdas, no se puede tener una clara una visión de los hechos y esto constituye la gran farsa de muchas tertulias en los medios, otra forma de corrupción que eleva a numerosos comentaristas a ser parte del problema.
La crisis social, la crisis económica, la crisis moral y la crisis institucional, de las que se derivan problemas cuyas soluciones requieren acciones enérgicas y coordinadas, obliga a un entendimiento de los partidos políticos para acabar con lacras tan graves como la corrupción, los afanes secesionistas, la lentitud y privilegios de la justicia, la pobreza, el paro o el orden social. En el plano puramente económico reforzar los caminos que nos lleven definitivamente a la luz que ya se empieza a ver desde el oscuro túnel en el cual aún nos encontramos. No obstante, conviene recordar lo que Joseph Ratzinger, entonces Papa Benedicto XVI, dijo en el parlamento británico: “Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia”.
No podemos, sin embargo ser optimistas. El único partido, por ahora, que puede ser alternativa de gobierno niega sistemáticamente los avances logrados y amenaza con destruir todo cuanto se ha hecho si vuelve a ostentar el poder. Por lo que hoy por hoy es imposible que el gobierno cuente con el partido mayoritario de la oposición para seguir avanzando en la recuperación de un país que estaba en ruinas y que ahora muestra mejor aspecto a la luz de los datos que se van conociendo, reconocidos y refrendados por organismos nacionales e internacionales, pero negados interesada y sistemáticamente por un partido de centro izquierda que cada día se hace más radical.
Dice Benedicto XVI en su encíclica `Cáritas in veritate´: “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada”